Nostalgia

 Eran las 05:00. En ese despertar a su lado notó que él ya tenía los ojos abiertos. ¿Por qué me quieres? le preguntó. Su respuesta la tenía estructurada con antelación, era una frase que incluía a ambos. -Creo que es difícil no querernos, porque seguimos aquí, en este ida y vuelta de palabras e intenciones-. La mujer de las madrugadas preguntaba ruborizada en el calor de primavera. Él devolvía, con frases veladas, lo que ella quería escuchar. Cada  uno por su lado buscaba quedarse con lo lindo del otro y por eso seguían juntos.


A tientas buscó en el buró un objeto. Sus delgados dedos hallaron la foto fechada con "17 de abril…”. Contempló por unos minutos la instantánea y después le pidió que la describiera. 


Tomó la imagen y expresó:

En el primer plano está tu rostro, enmarcando esos ojos color miel. Veo la proyección de ellos en el firmamento de otras pupilas que te observan y preguntan por el contexto de tu cabello despeinado y la puerta de atrás; los juegos de llaves y las carpetas apiladas en dos montoncitos, de los cuáles, como siempre, solo tú sabes el orden.  En el fondo de la habitación, adentro, hay una hamaca; en ella, me imagino, descansabas el deseo por dejar fluir tus emociones, al tiempo de querer estar en compañía de alguien que dibujase con su mano una figura en tu espalda. 


Dándose vuelta hacia su costado derecho y aún con la fotografía en la mano inquirió: Lo niegas de forma sistemática, pero buscabas una complicidad que durara más allá de las letras, una que te despojara de tus ideas y pudiese apreciar tu timidez en pleno. ¡Yo no tomé esa foto!, sentenció.


La mujer sintió de súbito un calor intenso en su rostro y con sonrisa bandida lanzó una pregunta para desafiarle: ¿qué pasará cuando me encuentre a ese cómplice?


Él y espetó -Lo más probable es que narren otras historias, unas que solo pueden decirse teniendo al otro de frente, porque en todo el esplendor de las cosas no escritas habita la posibilidad de sus voces. Es seguro que  solo se rían de las anécdotas, pero eso sucederá después de reconocerse en la mirada y la piel de ese otro.


No hablaron más. Ella le permitió la insensatez de no aceptarse dueño de esa foto a cambio de que, por lo menos, se acordara de la situación. Esa era una de las tantas nostalgias por vivir. La rutina era la misma todos los días. La había recomendado el doctor porque su memoria se estaba yendo de a poco. Solo las imágenes más memorables le podían devolver el sentido de la realidad y de su posición en la vida.


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