Las malas palabras

 Las malas palabras es una conferencia-participación que tuvo Fontanarrosa en el 3er Congreso de la Lengua Española de 2004, en Argentina. Es breve pero sustanciosa. https://youtu.be/iSMnSjK_C0M


Después de la segunda ocasión de escucharle pensé en las mías, ¿cuántas malas palabras me sé? ¿dónde las aprendí? ¿por qué y dónde las digo? ¿Cuáles son mis preferidas? 


En algunos espacios me autodefino como grosero (opuesto a refinado). Esa es una manera de avisar o justificar que la cortesía la guardo para momentos más hipócritas. Hay algunos oídos castos que se ven afectados, tal vez porque se sienten jiñados ante esa vulgaridad mía.  

Es posible que mis malas palabras provoquen escozor, prurito, vergüenza, etcétera, por su sola expresión y no así por la intención; esta diferencia es notoria porque tiene que ver con las circunstancias del hecho, ante quién las digo y por qué lo hago.

Dentro de las ochenta y ocho mil palabras que tiene el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la expresividad está cargada de intenciones y significados, las cuales van mudando por cada región donde se habla la lengua de Cervantes. Así, cuando mi nomadismo intelectual me lleva de visita a otros lares, llevo y traigo malas palabras, ¿dónde podría expresarlas sino es con mis amigos?  Vaya suerte la mía que al tener la oportunidad de decirle a otro: codo, prefiera decir aurívoro; en vez de decir: coger diga garchar; entre otras tantas malas palabras.  Qué intenso y cargado de expresividad se siente decir joder, arrastrando la r en el momento preciso; esta consonante alveolar, vibrante, múltiple y sonora es imprescindible e irremplazable al decir al otro que no moleste. ¿Acaso es una mala palabra?

Parece que las malas palabras coinciden en el universo de las relaciones. Es más, se vuelven menos perceptibles entre los que hay mayor afinidad. Pueden traducirse a una expresividad reservada que las vuelve sosas e inexpresivas, algo así como siempre decir palabras que no sean malas.

En esta versión  personal e  ironista sobre las malas palabras, también es posible buscar alternativas para el dialogo, una donde aceptemos dónde, cuándo y con quién expresarse. Una manera de ir saliendo de un sistema de expresividad a otro donde la moneda de cambio sea el lenguaje con todo y su emoción, un lenguaje que aborte el anterior de una forma igual de violenta y subversiva para seguir diciendo malas palabras.



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