Las cosas no dichas

 Desde el viernes pasado he estado pensando en este asunto. Han sido demasiadas ideas juntas, todas ellas asaltan la memoria. No es sencillo iniciar. Se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo intento.


Las cosas no dichas 
se quedan en el umbral de la expresión, 
habitan nuestros pensamientos, 
deciden hacer nido en el corazón. 
Se albergan como caudal de sentires contrariados.

Nos basta un leve movimiento de la vida para hacer aflorar esa pulsión, pero sucede que hay veces en que eso no pasa y entonces nos sumergimos un poco más en los abismos de lo no expresado, imposibilitando la posibilidad de trascender el silencio.



Hay un cúmulo de palabras, constreñidas en la parte media del cuerpo, esperando el momento oportuno para hacerse notar. Lástima que no siempre tenemos los lentes para leer esas intenciones que a veces vienen envueltas en actitudes.

Las cosas no dichas tienen ese carácter de beligerancia y terquedad que pocos entendemos. 
Solo aquel que ha pasado por la rabia del desamor,
el desencuentro con el destino,
la pérdida de lo hallado,
la fatiga del cuerpo cuando la mente quiere seguir andando,
solo ellos, los indómitos e ironistas comprenden la actitud del que calla. 

Son los desencuentros con aquellos que amamos lo que terminan provocando actos sin sentido. Morirse de amor es una de las frases más socorridas en los versos contrariados; en la retórica de una frase de Facebook; en la angustia de saberse no correspondido. 

Tengo una semana postergando este escrito, estas efímeras letras que tienen como origen a quien ya no puedo decirle ¡Quédate! ¡Desahógate! ¡Vive! Con su irremediable partida me hizo voltear a ver a los que aún están.

Estoy intentando traducir cada movimiento de los que amo, porque de las cosas no dichas, aún tengo tiempo para expresarlas.


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