Y volví a empezar.

 Y volví a empezar.


Texto narrado por Luis Manuel Palacios Morales para dar a conocer su trayectoria hasta la Universidad.

En el presente escrito encontrará los avatares del hijo de Don Luis Manuel y Doña Juanita para descubrir su vocación. Se ha tratado en lo posible de hacerlo mediante la descripción de los actos positivos; se advierte al lector que algunas situaciones podrán parecer sorna, pero es se debe al carácter real de como se vivieron los acontecimientos.

En las primeras líneas se utilizan figuras verbales para ensalzar la virtud de las cosas, siéntase en la libertad de disentir respecto a lo que opina el autor sobre la tarea y el examen.

Para exaltar las bondades de los maestros se utilizan sus nombres verdaderos; se evita nombrar por sus generales a aquellos de los que no se obtuvo un aprendizaje que permitiera al narrador mejorar como estudiante, también se debe al olvido por parte del suscrito.

Si al leer se siente aludido y desea discutir los términos del párrafo, puede manifestar la inquietud a través de cualquiera de los medios propuestos en la página electrónica https://sites.google.com/site/luismanuelpalaciosmorales/ .

Se utilizan de manera recurrente palabras poco usuales con el fin de justificar el paso de Luis por la Universidad; no crea usted que su idiosincracia es de un protervo o que está obstinado en la presunción.

Cómo inició todo  

Digamos que la vida no era lo complicado; tenía todo para hacer de mi infancia una etapa feliz, papá, mamá, hermanos, primos, amigos y juguetes; pero acababa de cumplir cinco años y en casa empezaron a hablar de horarios, cuotas, uniformes, cuadernos, útiles... y otros no tanto. Me asaltaron las dudas y al no haber respuesta me quedé en el limbo del desasosiego; poco después supe que iría un lugar llamado kinder; tuve que aceptar la propuesta porque era demasiado tentadora, amigos de mi edad, juguetes, buen horario, espacio para correr y un personaje que, según mi madre sería como mi ídem;  asistí con la alegría de quien va al circo, sólo estuve un año y descubrí que en ese espacio me sentía a todo dar, participé en cuanto festival se armó, el desfile de las letras; bailable regional, me tocó con una morena con vestido de chiapaneca y yo ataviado de lino blanco; la declamación de un poema a las madres y al final bailé un vals acompasado, de buen ritmo y cadencioso, con la chavita más linda de mi clase.  Vivíamos en la Ciudad de México Doña Juanita y mis hermanos;  Don Luis Manuel, quien había tenido una vida dura en su infancia y juventud, andaba probando suerte como fabricante de lanchas y muñecos de fibra de vidrio en el sureste mexicano, un lugar que él describió como lo más lindo que habían visto sus ojos de trotamundos... Chiapas.

Pero el destino llamado SEP me tenía una mala jugada como estudiante, cambiaría mi kinder por una primaria que era algo así como una escuela, distinta del primero, más amigos, mas espacio, un horario más largo pero aun accesible, otra maestra; pero nadie dijo nada de la sospechosa actividad llamada tarea; ¡uy, qué cosa! todos hablaban de ella con tal denuesto que su sólo nombre provocaba guácala. La conocí en los primeros días del primer grado, venía maltrecha por tanta incomprensión; entonces decidí adoptarla, me la llevaría a casa para ponerla en su lugar, un espacio libre de distracciones, donde podría convivir con otras de igual condición llevadas allí por mis hermanos; para que no pasara penumbras dispusimos de unos libros y revistas que le dieran cobijo y una luz blanca para que le alumbrara el camino. Qué puedo decir, fue feliz durante un año y nos dio bastantes alegrías en ese lapso, con ella de compañera tenía garantizado un futuro promisorio.

En esos primeros años conocí a otro aparente desagraciado; su nombre me impresionó porque sonaba como si le hubiesen quitado el así sea (amén), entonces en automático pensé que era un renegado, alguien que tuvo o fue y que perdió esa condición; su nombre era ex-amen; al igual que tarea tenía problemas de aceptación y lo peor, sufría de acoso escolar. Por una cuestión moral que más tarde entendí, no me lo pude llevar a casa. Estoy seguro que junto a tarea se la hubieran pasado de maravilla y a mí me habrían dado más satisfacciones. Una anécdota de él me la contó mamá; una mañana regresé de la escuela llorando a moco suelto mi desgracia y Juanita me preguntó el por qué  del lamento, balbuceando dije -es que saqué diez- y luego inquirió ella -¿entonces?-,  - es que está a la mitad- contesté con mi hondo penar. 

Ya instalados en Tuxtla Gutiérrez y contrario a mis expectativas sobre el centro escolar, éste no duró un año sino ¡seis!. Al tercero ya estaba más que enterado del ritmo, el profe explica algo, te pide tarea para fortalecer lo que enseñó, de vez en cuando te aplica un examen, te dice en qué fallaste; en ocasiones grita y nadie le hace caso, así que grita más fuerte o entra en razón y cambia de estrategia; tus padres que también se llaman tutores, vienen de visita  tres o cuatro veces al año, al final les dicen lo de siempre -su hijo va bien, felicidades, es un ejemplo para todos, etcétera. 

A la mayoría de mis amigos les pegaba un abusador en cuarto grado, con un borrador o regla les sonaba en el dorso de la mano por cualquier motivo que él juzgara fuera de lo correcto; coincidencia o no, pero la mayoría de mi generación no tiene una licenciatura; el simple hecho de recordarlo me da dolor de barriga.

Terminé la primaria y ya tenía un incipiente bello, con el cual daba la apariencia de ser  un poco mayor, eso sirve o estorba según se vea; -lo viejo se te nota al hablar- escuche decir a un adulto. Para entonces las cosas habían cambiado en serio ¡y a saber por que!; en un sólo año lectivo tendría más de un profesor uno distinto cada cincuenta minutos, el horario se pondría difícil al levantarme a las seis de la mañana y tenía que portar uniforme verde militar, pude sortear lo último deslavándolo hasta que pareciera menos olivo; las tareas aumentaron y los exámenes también, pero no tuve impedimento para cumplirlos los primeros meses. En ese entonces descubrí que no sólo mi bigote había crecido, también lo hicieron mis artilugios para obtener buenas calificaciones, si antes hacer tarea, portarse serio e ir a clases era la opción, ahora me parecía que se fomentaba lo contrario; nadie me dijo de manera directa, pero el ejemplo de algunos de mis nuevos profesores era arrasador.

Me pregunté y respondí solito. Si me piden hacer una tarea que ocupó tres horas de mi tarde otoñal y al final me la regresan con una nota que dice ¡vas bien, sigue así! y un 9 de calificación a un costado, hay algo que no está bien; entonces probé invertir menos tiempo en mis próximos deberes, obteniendo el mismo resultado. Sin necesidad de subterfugios, y con esfuerzos mínimos estaba obteniendo calificaciones aceptables con tiempo de sobra para... ¿Para qué? Mi ritmo de vida cambió, podía jugar hasta tarde, ver más televisión, leer más literatura de Archie, Fantomas y de dioses griegos, y aun así tenía un superávit en mi reloj. Me estaba echando a perder.

La secundaria dura tres años menos que la primaria y en los últimos dos llamaron a mis padres más de lo convenido, el argumento era algo de lo que se asustaron los hijos de mis abuelos; tenía bajo rendimiento escolar debido a un déficit de atención; la receta de hacer a medias las cosas daba resultado pero con una cruda moral que daba pie al conformismo. Se compusieron las cosas de mi lado, pero los maestros no fueron llamados a cuentas, por lo menos así lo sentí porque seguían en las mismas.

En un arranque de honestidad afirmo que nunca me volé una clase en la secundaria, ni las de taller de electrónica que estaban algo aburridas. Del resto de los maestros sólo recuerdo a Escandón, profesor de matemáticas, que tenía una fama de reprobar gente, lo que no pude comprobar porque yo aprobé los exámenes gracias a que pude entender que él era incomprendido.

Me perdí.

El siguiente nivel escolar fue distinto, la gama de posibilidades de cursarlo era honorosa y dependía de lo que quisieras estudiar como carrera; he ahí otra dificultad, definir a los quince años lo que querías ser en la vida. Así que de CONALEP, CEBETIS, CETIS, PREPARATORIA y COBACH, mi elección iba a estar marcada por aquella que reuniera  la única característica deseable a esa edad, que esté cerca de tu casa; nada que ver con el posible desempeño profesional; vivía en el Rosario y de todas las escuelas el COBACH 13 me quedaba a dos cuadras y una cruzada de parque recién construido.

La lógica de estudiante era seguir con la fórmula T/-E= A, donde a mayor Tarea menos Esfuerzo con un resultado Aprobatorio; con mi plan de vida la cosa estaba fácil, serían tres años más de relajamiento; me equivoqué, en  la composición de la fórmula, no tomé en cuenta las variables horario, duración y compañeros; el turno era vespertino, la duración era de seis semestres de cuatro meses y los compañeros tenían más edad que yo; éramos la cuarta generación de ese plantel; dejar a un lado esos tres factores no me puso al tanto de que a mayor edad más mañas; a partir del tercer semestre empecé a reprobar, volarme las clases, llegar tarde y a embriagarme en alcohol; sí, me perdí

Los dos últimos semestres vislumbré la posibilidad de terminar mal y medio enderecé el camino, lo cual debo agradecer a dos perspectivas sobre la vida, una de Fe que palpitaba desde mi niñez y otra diametralmente opuesta que hallé en mis cursos de Ciencias Sociales y Filosofía; la primera estaba ahí sin manifestarse y la otra, debido a los años de juventud, a mis maestros y no gracias al desgarreate de vida que llevaba, se me hicieron fáciles de digerir, ello contribuyó a ganarme cierta fama, que hasta hoy me he podido medio quitar, entre mis contemporáneos de hippie-rojo-futbolero, pero muy firme y elocuente.

De esos años recuerdo que la informática andaba en pantalones cortos y me agradaba bastante programar en dbase, pero mi profe se la pasaba ligando a las compañeras, así que aplicaba mi fórmula para obtener A. Química y Biología eran de aprenderse la onda en papel y el laboratorio estaba medio en uso, así que las cadenas de ácidos las hacía por obligación, pero sin gusto. 

Lo mío era el discurso social, el debate fomentado por el profe +Abraham Trujillo; el asombro de encontrar una verdad a medias en las preguntas de Raul Perez Verdi; la incansable necesidad de escribir requerida por Juan de Dios Moscoso, a quien por cierto le agradezco mi primer trabajo de búsqueda de información en serio, en las clases de Lectura y redacción, la pregunta por resolver era qué tipo de narrador era el de la novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel Garcia Marquez, debido a la cual visité por primera vez la Facultad de Humanidades para preguntarle a un colombiano que conoce a Gabo pero que ese año andaba de sabático; las lecturas de Horacio Quiroga y el amor por los poemas me los transmitía de viva voz +Margarita Alegría; la onda social-económica vino de tres fuentes, los hermanos Joaquina y Mario Rosales Suarez y por Daniel Hernández Cruz  quien además de hacernos leer a Weber y Durkheim le pegaba duro al balón.

Si bien no me causaban temor las Matemáticas y la Física, había un abismo en la didáctica de los que dieron la clase, con el profesor Humberto era bastante comprensible entender la onda de los vectores, las fuerzas, la aceleración y el reposo, era un comprometido con su clase. En cambio el álgebra y la aritmética  pudo haber sido menos complicada si en los ejercicios de Baldor no tuvieran las respuestas en la última página y si los profesores explicaran de la misma manera como aprendí de niño, con problemas de la vida cotidiana.

El área de orientación educativa había pasado por varias manos y una de ellas estuvo a punto de darme la estocada final. La cosa fue que entró al salón a explicar algo y al salir alguien le chifló tal vez por su calzón de corazones; volteó y clavó su mirada en los que teníamos mala fama, dijo cinco veces tú señalándonos y estuvimos a punto de ser expulsados; el chiste de alguien nos costó una disculpa pública y varios sábados de  ir a arrancar monte alrededor del Colegio.

La actividad cultural me la perdí de participar activamente, a menos que fuera por bohemia; mientras que en la onda de educación física estaba siempre dispuesto a participar; los torneos, de los cuales fuimos dos veces campeones, los organizaba el profesor José Luis con tanto cariño que parecía más preocupado de nuestros vicios que de otra cosa.

Estando en la cuerda floja por materias reprobadas, me vi en la necesidad de pedir ayuda  a mis recuerdos de estudiante primigenio y estudié la guía del examen extra-extra ordinario; fue tan fácil hacer ecuaciones de tercer grado y calcular perímetros que hasta me dio tiempo de ayudar a otros tres compañeros de farra. Gracias a esa cruel experiencia entendí que todo dependía de mi y de lo que decidiera hacer con mi futuro.

Era 1994 y el cambio sexenal estaba a punto de darse después de la incertidumbre por el asesinato de Colosio y el levantamiento zapatista; con Pedro, Hugo y César fueron discusiones interminables esos temas y otros como el debate presidencial en el que  Diego Fernandez le dijo niño bien a Cárdenas y buen chico emergido de dos desgracias a Zedillo, para después ser derrotado en las elecciones.

La elección de profesión.
La Facultad de Derecho me latía más que la de Sociales, la carrera de informática se acababa de crear y sonaba muy bien, aunque Comunicación también me agradaba. Ante las posibilidades de decidir con prisa, decidí darme un año para pensarlo bien; el campo laboral se ponía ante mi e inicié trabajando para empresas que me fueron dando idea de lo que no quería; en 365 días trabajé como vendedor de lácteos y telas en los dos supermercados de la época;  empleado para una tienda de ropa de segunda mano, en el mercado;  encargado, despachador y velador de un tendajón, para una señora que era bien negrera; office boy para una tabacalera que veía en mi a un muchacho contestatario que no fumaba, y por último, antes de decidirme por la carrera, laboré en Grupo SEMS, una mensajería que me apoyó para acomodar mi horario y poder estudiar. 

Decidí ser pedagogo por dos razones, válidas para mi en ese momento, la primera era por mi proclividad a la enseñanza, la cual descubrí en los momentos de lucidez durante la prepa; el otro motivo se debió a una discusión, lo aclaro: durante mi año sabático intenté participar en CONAFE con el propósito de que me sufragaran mis gastos, cuatro años a cambio de uno como instructor, pero no era así nomás de pedir, antes tenía que cursar un curso de preparación, fue en él  que mantuve una discusión seria sobre... no recuerdo que tema, con la facilitadora, pero debido a una ligereza de lengua  no le simpaticé a la coordinadora y me pidieron dignamente que volviera otro día.

Pero no elegí ser pedagogo así nada más, lo que me latió fueron sus intenciones de formación, lo que en términos académicos se conoce como perfil de egreso; la orentación educativa me hacía ojitos. Aunque parezca raro, me detuve a leer esa parte del tríptico que me obsequiaron en la UNACH; mi padre me enseño a leer las instrucciones de cuanto aparato compraba, así que leí aquel documento con la misma vehemencia. 


Obtuve la ficha, presenté examen, lo pasé y comencé de nuevo a ser estudiante; mi amiga tarea y el fiel examen volvieron a ser mis aliados para obtener más satisfacciones.


Volver a la universidad.


He vuelto de muchas maneras a la universidad. La que ahora descubro viene envuelta en bytes, con otras formas de acceder, discutir y confrontar el saber. Me place identificarlas como herramientas que de alguna manera utilizo, el reto proviene de mis pretensiones ante el posible uso que vaya a hacer con lo construido. Así las cosas. Miriada X dispuso las herramientas y las comparte para que me vuelva a sentir escolar. 

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