Las primeras complicidades

 Tener una hermana, solita para vos,  equivale a tener novia o amante. Con ella se puede comer helado en el vivo sol de medio día, disfrutar de las mieles ofrecidas por una pared de cal, devorada en silencio ante los ojos de los padres atónitos por semejante estómago.


   Compartir diez pesos, cada uno, por saber vender los tamales de la vecina o hacer aparecer más monedas de las cobradas, para después perderlas en otra bolsa.

   Es tu cómplice más cercana, con quien puedes hacer sentir tu hombría al levantarla con un abrazo, mientras te dice cuánto has crecido, haciendo referencia clara a la edad más que a la altura.

    Sabe bailar un boogie-woogie con la misma intensidad que la salsa colombiana, así como disfrutar del rock ochentero la misma tarde que cantamos un bolero romántico a tres voces, con mamá incluida.

   La hermana mía conoció la transformación de mi voz, ronca por las tardes y chillante en las mañanas. Me vio devolver el estómago en la resaca de los viernes de alcohol. Consoló mis amores, enfermos de pasión y desenfreno, aunque nunca me dijo -vuelve, porque sabía que en la familia es una regla de oro no volver la vista atrás. Juntos forjamos las frases: "El que no quiera estar, ¡pues a la chingada! que aquí nadie está a la fuerza" o la última, la cual le aplicamos al nuevo Magia Blanca más de dos veces. "Tu ama, si no te aman no es tu asunto, vos no perdiste; diste la oportunidad de un gran amor". Confieso ahora que de esta última hice una bandera y la doy por estafeta a cuanta amiga he tenido.

   Acompañarnos en las travesuras nos hizo crear un hilo de lujurias en torno a lo romántico de la vida y los placeres de un beso bien dado. No hemos dejado de abrazarnos con la intensidad que requieren nuestros afectos. Es difícil olvidar esa manera de vivir. Le puso valor a toda la adversidad de una enfermedad, siempre dando muestras de fortaleza aunque por dentro estuviera desgarrada.


   Con mi edad, puedo decir que es la mujer con la que he pasado más noches, las cuales incluyeron caricias de espalda y dibujos en la panza. Me enseñó a dormir sin demasiados celos; estoy en deuda por eso. Me siento agradecido ante la vida por tenerla cuando nos necesitamos compartiendo nuestras complicidades, en este sendero de libertades. 

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